A LA LUZ DE NUESTRA LÁMPARA (VII) | Sagrada Familia de Urgell
6929
post-template-default,single,single-post,postid-6929,single-format-standard,ajax_updown,page_not_loaded,, vertical_menu_transparency vertical_menu_transparency_on,qode-title-hidden,qode_grid_1200,hide_top_bar_on_mobile_header,qode-theme-ver-10.1.1,wpb-js-composer js-comp-ver-5.0.1,vc_responsive,mob-menu-slideout-over

A LA LUZ DE NUESTRA LÁMPARA (VII)

Reflexiones en tiempos de desierto:

 

GENEROSIDAD Y GRATUIDAD

Me resulta interesantísimo este confinamiento obligado al que estamos hoy sometida casi media humanidad, según algunas cuentas. Retiro forzado. ¡Nos hemos ido todos de ejercicios! Ejercicios espirituales, o gimnásticos; individuales o compartidos; emocionales y terapéuticos; familiares, comunitarios; culinarios, artísticos…

Escenas de ventana y balcón. Un vecino asomado horas y horas, una pareja paseando con prisa por su terraza. Hoy hace sol en Madrid: un joven casi desnudo aprovecha enfrente cada rayo de luz. ¡Cómo echamos de menos el sol! Directo y generoso, tan espléndido era con nosotros que hasta nos molestaba. Y hoy nos zambulliríamos de cabeza en su espectro gratuito.

Generoso y gratuito. El sol es un buen ejemplo para nosotros. La vida tal como la conocemos tiene directamente tanto que ver con el sol, sin el cual no seríamos. Gratitud biológica. Pero la naturaleza, nuestra naturaleza, está llena de muchos otros ejemplos. Esa naturaleza, que ignoramos desde la vida urbana, encierra mucha verdad sobre lo que somos. La fauna y la flora se despliegan delante de nuestros ojos con una belleza inimitable que nadie les exige. Y los salmistas se vuelven locos de contentos porque ven la mano de Dios en todo ello, nos sentimos mejor, sepamos o no por qué, y el poeta escribe cosas así:

Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría

no podré morir nunca.

Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino

no podré morir nunca.

Morirán los que nunca jamás sorprendieron

aquel vago pasar de la loca alegría.

Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos

no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.

                                                 José Hierro

Generosidad y gratuidad. ¿Qué querrán decir estas dos palabras después de esta crisis? En estas semanas de encierro estamos observando muchos ejercicios de altruismo: donaciones, ofertas gratuitas, obsequios… De grandes corporaciones, pequeños negocios, artistas y profesionales, ciudadanos perfectamente anónimos… Somos desconfiados cuando alguien nos quiere regalar algo. Sospechamos que entre esos gestos se mezclan los actos de auténtica generosidad con estrategias de marketing, acciones que se realizan voluntariamente con otras porque no queda más remedio que hacerlas. Discutimos con argumentos como: “qué más da de dónde vengan esas mascarillas, hacen falta, bienvenidas sean”; “ahora muy generosos, ya nos lo cobrarán más adelante, es una campaña de imagen”; “no nos queda más remedio que arrimar todos el hombro”; “¿de qué vamos a ser generosos nosotros, si no tenemos nada?”… Y, claro está, no podemos valorar los actos generosos de muchísimas personas que los están teniendo estos días en el anonimato total. Siguiendo ese consejo de Gurdjieff para su hija: “desarrolla tu generosidad sin testigos”, se desprenden de lo que necesitan porque creen que otros lo necesitan más, con sencillez, alegría, ligereza. Con el corazón. Igual que no se contabilizan los enfermos del virus a los que no se les hace la prueba del COVID, a estos otros tampoco les vamos a poder hacer seguimiento. Poca trazabilidad, poca viralidad de la generosidad sincera y anónima, feliz y heroica. Dueños de lo que se desprenden, señores de lo que dan, ricos en lo que comparten, soberanos de lo que ya no tienen, responsables y libres en su generosidad.

A estas alturas, parece claro que nos enfrentamos a un empobrecimiento material de todos nosotros. El impacto económico de esta pandemia nos va a dejar herida y cicatriz. Y me sigo preguntando por la generosidad después de este trance global. Asumamos que muchas facetas de nuestras vidas se van a desarrollar en unos parámetros de mayor limitación que antes. Nuestro día a día en casa, lo que consumimos, nuestra alimentación, cuánto tiempo aguantamos una prenda antes de deshacernos de ella, nuestro ocio, nuestros viajes, el modo en que lo hacemos, el trabajo de quienes lo conserven, los derechos sociales y laborales… Muchos conciudadanos nuestros, muchos hermanos y hermanas van a atravesar tiempos muy duros, de gran necesidad. ¿Quién tendrá la oportunidad de elegir ser generoso? ¿Quién lo será a la fuerza? Porque la generosidad como renuncia libre adquiere todo su valor. Y la renuncia forzada es un sacrificio a la que le falta el componente liberador que nos hace crecer. Y duele.

Sin duda, todos tendremos que hacer sacrificios, y ojalá nos podamos permitir todos hacerlos con consciencia, generosidad, y alegría. Pero no podemos olvidar que a esta crisis llegábamos cada uno en unas condiciones distintas. Hay muchas familias que entraron en ella muy debilitadas. Situaciones precarias en lo material, económico, cultural… Muchos ya estaban haciendo un gran sacrificio antes. ¿Será justo pedirnos a todos lo mismo? Sin duda que no.

Estamos empezando ya a reconfigurar nuestras nuevas relaciones, preparándonos para lo que vendrá después de este confinamiento. Los más vulnerables, los más frágiles de entre nosotros no serán los únicos que habrán sufrido; pero ellos no se librarán; seguro. Como siempre.

Necesitaremos ser generosos, sí. Pero al servicio de quienes no podrán serlo, de quienes queden más afectados por esta crisis. De quienes ya venían pagando una factura demasiado alta, antes incluso del coronavirus.

Creo que, así, podré pedir a Dios mirarme la cicatriz con alegría. Y descubrir su belleza. Y dar GRACIAS.

Miguel E. Salamanca Fernández 

Equipo de Apoyo a la Titularidad

Madrid

 



Sagrada Familia de Urgell